Mi enfermedad espiritual: la indiferencia.

5.4.16

Los últimos meses mi familia y yo nos hemos estado despidiendo de personas que compartieron la misma lucha que nosotros, la de la enfermedad. Algunos, eran compañeros de batallas, y otros, eran mucho más que eso: amigos. Esto ha dejado un gran hueco en mi corazón, nos ha hecho reflexionar sobre lo que sucede en nuestras vidas, sobre nuestro presente, y sobre nuestros planes en el futuro.

Hace unos años, cuando me diagnosticaron, se presentó la prueba más grande para nuestra familia. Todo pasó tan rápido que no nos dio tiempo de asimilar lo que estaba sucediendo y de lo que pronto sucedería. Hoy, viendo hacia atrás, sólo puedo comprender que Dios nos estaba preparando a cada momento para las futuras pruebas. Probablemente en éste momento lo esté haciendo, y no nos hemos dado cuenta. Sin embargo, mirando al pasado puedo entender muchas cosas, pero sobre todo, puedo valorar.

No logro entender en qué etapa de nuestras vidas comenzamos a vivir en la monotonía y dejamos de apreciar los grandes y hermosos regalos de Dios, y al contrario, los minimizamos hasta que estos pasaron desapercibidos ante nuestros ojos, y peor aún, ante nuestra alma.

Así fue en mi vida por algunos cuantos años, hasta que a mis 17 me topé con una prueba que jamás pensé que me fuera a tocar a mí. Enfermé. Pero, irónicamente, antes del diagnóstico médico, yo ya llevaba enferma mucho tiempo, no físicamente, sino espiritual. A esa edad me encontraba averiguando mi camino, lo que creía que me convenía o no, estaba en la búsqueda de lo que quería, y también tenía unos cuantos sueños y anhelos (como cualquier joven), pero no hallaba mi centro, no encontraba mi lugar, de cierto modo me sentía perdida y sola en un lugar repleto de personas que me amaban. No fue hasta que me dieron el diagnóstico médico que descubrí que por dentro yo también estaba enferma. Mi enfermedad espiritual se llamaba INDIFERENCIA.

Muchos creerán que a esa edad la indiferencia es parte de todos los cambios a los que un joven se enfrenta, pero no. No tendría por qué ser así, si existe esa conexión con Dios. Yo no la tenía. Siempre "creí" en Él, pero mi fe nunca había sido probada hasta ese momento.
Ha sido lo más duro, no sólo me enteraba de que tenía cáncer, sino también, me enteraba que estaba vacía por dentro. Y entonces, en su infinita misericordia y amor, Él Señor me comenzó a llenar de tantas cosas buenas y reales, y fue así que descubrí el valor de todo lo que me rodeaba.

En mi dolor, me encontré con unos besos y cariños que SI curan y apaciguan cualquier dolor: los de mamá. En mi dolor, me encontré con unos brazos fuertes que SI brindaban seguridad y contagiaban fortaleza: los de papá. En mi dolor, me encontré con dos ángeles que dormían a un lado de mi habitación, y que me brindaban las mejores atenciones, las mejores carcajadas, la mejor de las compañías: mis hermanas. Y así sucesivamente me fui encontrando con tanto, pero tanto amor, la mayoría de mi hermosa familia: tías, primos, abuelos. Llenaron mi corazón de un puro amor, y éste se empezó a llenar poco a poco. Entre las lágrimas, el dolor, la incertidumbre y el miedo, El Señor me amaba a través de los demás. Y yo solo podía gozarme en ese mismo dolor, pues gracias a él, yo me estaba llenando, y por primera vez, entendía lo que era vivir.


Entre quirófanos y quimioterapias, me encontré con la oración. No esa oración sin sentido y sin valor que antes de esto hacía de vez en cuando, no. Me encontré con la fe, y sentí una gran necesidad de ejercitarla con la oración. Por primera vez, no la hacía sin entender para quien era, o sin escuchar respuesta. Esta vez, comencé a escuchar a Dios, no sé de qué manera describirlo o expresarlo, pero de verdad lo escucho y lo siento a cada segundo de mi vida. La oración trajo consigo sus frutos, además de esa hermosa comunicación y ese gran lazo entre El Señor y yo; también me trajo un hermoso elemento: la paz.

No dejemos que la paz se vaya de nuestras vidas, no interpongamos muros entre Dios y nosotros, no dejemos que nuestra vida se convierta cada día en algo monótono, en algo seguro y en algo de siempre. Y sobre todo: recordemos a todos aquellos hermosos seres que Dios ha llamado a Su presencia con amor y admiración. Muchas veces no logramos entender los planes del Señor. Pero si de algo estoy segura, es de que allá arriba al lado de El, no les falta nada.
Recordemos su vida y usémosla como inspiración para vivir con la sorpresa de todos los días, con la esperanza del mañana, y llenos de un amor puro por cada instante que Dios nos permite vivir. Porque lo único seguro es nuestro “hoy”. Nuestro pequeño, hermoso y perfecto presente. Hoy El Señor nos miró con amor y dijo: “esta es la segunda oportunidad que tanto me pides”. 
¡Usémosla!

BENDICIONES,
ALE 


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